jueves, 27 de octubre de 2011

Monólogo del huevo

El huevo era mi mundo por entonces. Pequeño y oscuro. A medida que pasaba el tiempo se hacía más pequeño, pero continuaba cálido. Un día ya no fue tan cálido. Me sentí molesto y de pura rabia me sacudí. Mi pico dio contra algo duro. Crujió. Arremetí de nuevo, esta vez con todas mis fuerzas. Cuando la cáscara se quebró, todo se iluminó. Del otro lado había más ¡y yo creído por tanto tiempo que ese mi huevo era todo! No pude parar. Dí y dí contra la pared. Me dolía destruir aquello que me había abrigado, pero tenía que ver que había más allá. Al fin salí y debo confesar que me sentí bastante ridículo, tan pequeño, todo mojado. A mi alrededor el ruido me confundía. Me maravillé después al ver plumas rojas, blancas, tal profusión de grises. Miré las mías, de un amarillo sucio, pensé que no tenía arreglo. Me pareció que una gallina gorda me hacía un guiño y me acerqué a ella. Me dio un picotazo en el cogote. Dolorido, me apoyé en el tejido de alambre y supe que a partir de entonces estaba solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario