El huevo era mi
mundo por entonces. Pequeño y oscuro. A medida que pasaba el tiempo se hacía
más pequeño, pero continuaba cálido. Un día ya no fue tan cálido. Me sentí
molesto y de pura rabia me sacudí. Mi pico dio contra algo duro. Crujió.
Arremetí de nuevo, esta vez con todas mis fuerzas. Cuando la cáscara se quebró,
todo se iluminó. Del otro lado había más ¡y yo creído por tanto tiempo que ese
mi huevo era todo! No pude parar. Dí y dí contra la pared. Me dolía destruir
aquello que me había abrigado, pero tenía que ver que había más allá. Al fin
salí y debo confesar que me sentí bastante ridículo, tan pequeño, todo mojado.
A mi alrededor el ruido me confundía. Me maravillé después al ver plumas rojas,
blancas, tal profusión de grises. Miré las mías, de un amarillo sucio, pensé
que no tenía arreglo. Me pareció que una gallina gorda me hacía un guiño y me
acerqué a ella. Me dio un picotazo en el cogote. Dolorido, me apoyé en el
tejido de alambre y supe que a partir de entonces estaba solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario