martes, 4 de octubre de 2011

Va el primero

El faro del fin del mundo.



Durante veinte años, Manuel se levantó a las cuatro de la mañana a reponer el combustible del faro. A veces, en noches de desvelo, se quedaba un rato y observaba como el haz de luz empujaba la oscuridad, una y otra vez, a ritmo regular. Ese rayo luminoso se le antojaba un puente que lo unía a otra gente, con vidas diferentes a la suya, que él protegía con su trabajo diario. El titilar apenas perceptible de las luces de los cargueros, el fulgor amarillento de las lanchas de pescadores, el brillo de los cruceros de lujo, desfilaban ante sus ojos cansados y le devolvían poco a poco el sueño.
Un día vinieron a darle la noticia. El faro se cerraba.
-Quédese tranquilo don Manuel, puede seguir viviendo aquí y va a recibir su sueldo como siempre - le dijo el hombre de traje gris.
Manuel no contestó.
-Usted va a quedar encargado de cuidar el parque – añadió el hombre.
Manuel asintió apenas.
Luego vio cómo blanqueaban su casa por fuera y cómo reponían el vidrio roto que se había cansado de reclamar. El arquitecto daba las instrucciones:
-Pongan estas piedras aquí y esas flores allá.
Después, vaciaron el cuartito donde Manuel tenía las herramientas y el combustible, trajeron unas fotografías enmarcadas de los primeros habitantes del lugar y unos cuantos muebles de estilo colonial. Hicieron una entrada amplia y un estacionamiento. Plantaron un cartel: “Museo del fin del mundo” decía en letras rojas. El viento, como en señal de protesta, lo volteó tres veces.
Ahora, en las tardes de verano, cuando Rosa su  mujer, se pone a preparar las tortas y el chocolate para los turistas, Manuel baja a la playa.
Los tiempos cambian, le dice Rosa.
Rosa no entiende, piensa Manuel.
Sentado en una piedra, le gusta ver cómo los pingüinos  chapotean en desorden. De tanto en tanto, se lame los labios salados. Mira la arena bajo sus pies. Mira el mar cobalto. Sacude la cabeza. Al atardecer el mar se le acerca, cómplice.
Después que se ha ido el último turista, Manuel decide subir a su casa.

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