jueves, 16 de febrero de 2012

Aromas de familia

Era una mañana de primavera. Por la ventana semiabierta se colaba la fragancia dulce, pesada, de las madreselvas. Como todos los días, ella se levantó para ir a la oficina. Allí la esperaría, una vez más, ese inconfundible olor mezcla de tinta, papel, cables, teléfonos y uniformes. Mientras se miraba en el espejo y aspiraba la menta fresca de la pasta dental, decidió no ir a trabajar. Intentó buscar una excusa pero no la encontró. Encogió los hombros. De todos modos estaba resuelto: se quedaría en casa.

Bajó las escaleras de madera, perfumadas de cera, y fue hasta la cocina. El café recién preparado y las tostadas apenas quemadas, le embriagaron la nariz e hicieron que su mente viajara hasta los tiempos de su niñez. Recordó a su madre preparando el desayuno. Café y tostadas: aromas de familia.

Estaba sola: su marido no había pasado la noche en casa y los niños estaban de campamento. Hojeó el diario mientras la envolvía lentamente el almizcle de un sahumerio.

Más tarde, sin obligaciones ni apuros, se dispuso a preparar una torta para esperar a los chicos, que regresarían esa tarde. Buscó en el aparador el libro de recetas de la abuela. Los bordes de las hojas estaban amarillentos y conservaba en su interior, atesorándolo, el señalador de seda italiana. El olor a papel viejo la trasportó y la vio allí, a la nonna Cristina. Con batón oscuro de florcitas blancas y sonrisa apenas esbozada de quien ha vivido mucho. Sentada en la silla de paja con las manos cruzadas sobre su falda. Podía sentir la colonia de rosas que siempre usaba. Mil y un aromas de familia en la casa de la nonna.

Batió la manteca y el azúcar, agregó huevos, harina, leche. Unas gotitas de vainilla y ya estaba lista la pasta blanda, dócil, de vahos vainillados. La puso en el horno.

Usó los cuarenta minutos de cocción para bucear en sus aguas internas, revueltas y oscuras, buscando causas y respuestas.

Cuando la torta a punto hizo notar su presencia en la cocina, la sala y el living, la sacó del horno y la desmoldó. Aún absorta en sus pensamientos.

Había pensado no almorzar pero el espíritu especiado de la salsa de los vecinos la tentó. Pidió algo a la rotisería de la esquina.

Después de una siesta de lectura, se regaló un baño largo, tibio, con espumas frutadas. Cerró los ojos y trató de imaginar su vida en los próximos días. Ensayó una y otra vez los pasos que daría.

Se hicieron las seis. Llegaron los niños. Cortó la torta entre relatos de aventuras fantásticas.

Se dijo a sí misma que estaría preparada.