Estos tipos de ciudad son todos
mentirosos. Pasan en sus autos último modelo y tienen el tupé de decir “no
tengo, varón”, cuando les pido una moneda. ¿Qué se creen? ¿Que me van a engañar
como a un niño?. Mejor si dijeran “no quiero darte una moneda viejo vago”, que
se animen a decir lo que piensan. Lo que pasa es que me ven así, con barba de
varios días, despeinado y no alcanzan a distinguir que mi saco, bajo la tierra y las manchas, es un auténtico Dior.
Yo no estuve siempre parado en
el semáforo de la costanera. Tenía un local de cincuenta metros de frente,
vidriado, con un gran cartel blanco de letras coloradas. "Yanés y
asociados”, se leía.
En Oncativo, después de la
cosecha todos cambiaban el auto en Yanés. En los entierros y en la vuelta de
domingo, me gustaba ver destellar el logo de “Yanés automotores” en los baúles.
Con Celia, éramos felices en el
pueblo. Hasta que se enfermó.
Primero se llevaron los autos,
después sobre el cartel de neón pusieron otro de arpillera de plástico que
decía “Remate Judicial”.
-Migue, no gastemos más, lo mío
no tiene caso- me decía Celia. Pero igual yo quise hacer todo lo posible, probamos con médicos, brujos, homeópatas y
manosantas.
Por suerte, Celia ya estaba
enterrada el día que entraron a casa a llevarse todo. Puse en la valija grande
mi ropa y el portarretratos de Celia. Les dí las llaves a los acreedores y con
el poco dinero que saqué del cajero automático me vine a la ciudad.
No lo paso tan mal. Conseguí un
lugar bajo el puente y conocí un par de buenos amigos que me cambian los
cartones cuando se ponen feos.
Extraño a Celia. El retrato
está arruinado, se mojó con la última crecida. Lo mismo, ella está sonriente y
linda como siempre. Algunas noches ni bien me duermo, Celia viene y se recuesta
en mi pecho. Así, dormimos abrazados toda la noche.