jueves, 27 de octubre de 2011

Monólogo del huevo

El huevo era mi mundo por entonces. Pequeño y oscuro. A medida que pasaba el tiempo se hacía más pequeño, pero continuaba cálido. Un día ya no fue tan cálido. Me sentí molesto y de pura rabia me sacudí. Mi pico dio contra algo duro. Crujió. Arremetí de nuevo, esta vez con todas mis fuerzas. Cuando la cáscara se quebró, todo se iluminó. Del otro lado había más ¡y yo creído por tanto tiempo que ese mi huevo era todo! No pude parar. Dí y dí contra la pared. Me dolía destruir aquello que me había abrigado, pero tenía que ver que había más allá. Al fin salí y debo confesar que me sentí bastante ridículo, tan pequeño, todo mojado. A mi alrededor el ruido me confundía. Me maravillé después al ver plumas rojas, blancas, tal profusión de grises. Miré las mías, de un amarillo sucio, pensé que no tenía arreglo. Me pareció que una gallina gorda me hacía un guiño y me acerqué a ella. Me dio un picotazo en el cogote. Dolorido, me apoyé en el tejido de alambre y supe que a partir de entonces estaba solo.

martes, 18 de octubre de 2011

Exodo

Hombres que avanzan

machete en mano

gritos de ramas que se resisten

selva virgen de aire inundado

sudor y jadeos

brazos fuertes, decididos,

o resignados.

Detrás las mujeres

niños que lloran y bultos de pena

en lenta marcha

no se oyen palabras: se perciben preguntas

hombres

que huyen

de otros hombres.

lunes, 10 de octubre de 2011

Montaña rusa

Su cabeza todavía giraba en círculos concéntricos. Sintió náuseas. Por un momento pensó que no había sido una gran idea hacer este nuevo intento. Desde que él la dejó se repetía: necesito una vida nueva. Él aún ocupaba todos sus pensamientos y a veces, hasta se veía actuar como le hubiera exigido en otro tiempo. El antes y el ahora se entremezclaban, a pesar de su gran esfuerzo por trazar la línea divisoria. Recordó el primer tiempo después de la separación en que dormía y dormía. Igual, él sin consideración alguna, tomaba sus sueños, interrumpía la trama y los hacía virar a su antojo. Le vinieron a la mente, en medio del mareo, los sucesivos intentos: el curso de autoayuda con el que no consiguió ayudarse. El entusiasmo con el grupo de terapia de la risa, donde un montón de señoras mayores se rían al borde del desquicio y sin saber de qué durante una hora por semana. Las sesiones del spa, en las que trató de alivianar la pena en espumas frutales y hacer resbalar el desánimo con aceites de colores. Y el campamento, con aquellos muchachos que en busca del “samadi” meditaban envueltos en trapos blancos, donde había creído que por fin hallaría la liberación.

Con su mente aún confusa y su estómago al borde del vómito, oyó el pitido. Se desabrochó entonces el arnés de seguridad que la sujetaba a la silla y se bajó de la montaña rusa.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Haikus

Juega en tus manos
tintineo de perlas
rosario blanco.


Luces, colores
en el lago sereno
se desdibujan.


Cabeza gacha
entre dos manos quietas
desocupado.


Mano tendida
su dignidad hoy vale
una moneda.


Pequeña y  frágil
en la vereda duerme
acurrucada.



martes, 4 de octubre de 2011

Va el primero

El faro del fin del mundo.



Durante veinte años, Manuel se levantó a las cuatro de la mañana a reponer el combustible del faro. A veces, en noches de desvelo, se quedaba un rato y observaba como el haz de luz empujaba la oscuridad, una y otra vez, a ritmo regular. Ese rayo luminoso se le antojaba un puente que lo unía a otra gente, con vidas diferentes a la suya, que él protegía con su trabajo diario. El titilar apenas perceptible de las luces de los cargueros, el fulgor amarillento de las lanchas de pescadores, el brillo de los cruceros de lujo, desfilaban ante sus ojos cansados y le devolvían poco a poco el sueño.
Un día vinieron a darle la noticia. El faro se cerraba.
-Quédese tranquilo don Manuel, puede seguir viviendo aquí y va a recibir su sueldo como siempre - le dijo el hombre de traje gris.
Manuel no contestó.
-Usted va a quedar encargado de cuidar el parque – añadió el hombre.
Manuel asintió apenas.
Luego vio cómo blanqueaban su casa por fuera y cómo reponían el vidrio roto que se había cansado de reclamar. El arquitecto daba las instrucciones:
-Pongan estas piedras aquí y esas flores allá.
Después, vaciaron el cuartito donde Manuel tenía las herramientas y el combustible, trajeron unas fotografías enmarcadas de los primeros habitantes del lugar y unos cuantos muebles de estilo colonial. Hicieron una entrada amplia y un estacionamiento. Plantaron un cartel: “Museo del fin del mundo” decía en letras rojas. El viento, como en señal de protesta, lo volteó tres veces.
Ahora, en las tardes de verano, cuando Rosa su  mujer, se pone a preparar las tortas y el chocolate para los turistas, Manuel baja a la playa.
Los tiempos cambian, le dice Rosa.
Rosa no entiende, piensa Manuel.
Sentado en una piedra, le gusta ver cómo los pingüinos  chapotean en desorden. De tanto en tanto, se lame los labios salados. Mira la arena bajo sus pies. Mira el mar cobalto. Sacude la cabeza. Al atardecer el mar se le acerca, cómplice.
Después que se ha ido el último turista, Manuel decide subir a su casa.

Bienvenidos

Les doy la bienvenida a este espacio, donde tengo la intención de publicar pequeñas historias que escribo.