sábado, 10 de diciembre de 2011

El jardín más lindo del pueblo

Aurora Robles vivió los días de su vida en Colonia Tirolesa. Cada mañana se levantó muy temprano y regó las plantas. Su jardín era el más lindo del pueblo. Todos los vecinos estaban de acuerdo con ello, aún Zaida la amante turca de su marido. Esto era de verdad extraordinario en la colonia, donde los habitantes se conocían y rara vez se lograba consenso en los temas del poblado.

Aurora arrancaba con paciencia los yuyos que importunaban a begonias, lilas, azaleas, claveles y lavandas, siempre con la mirada atenta a su tarea y el alma vagando entre aromas florales.

Tuvo un solo hijo varón que la atareó y acompañó en los momentos en que desesperaba, loca de celos, imaginando los amores de su esposo en otra cama.

Luego llegaron los nietos, a quienes se dedicó con pasión. Ya no le importó tanto que aquel hombre, a quien una vez dio el sí, tuviera otros asuntos. Es más, se sentía liberada de no tener que cargar todo el día con sus niñadas de viejo. A sus nietos fue a los únicos que permitió hurgar el último cajón de su cómoda.

Un día antes de morir, tiró todos los objetos que allí guardaba, para preservarlos de ojos curiosos. Sus nietos, fieles, nunca dijeron qué contenía.

Lo que Aurora siempre odió de ese pueblo es que no existiera una sola persona capaz de guardar un secreto. Ella pensaba que tal vez habría sido más feliz, si una mañana, no le hubieran contado lo que nunca quiso saber.

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